jueves, 6 de mayo de 2010

TRAYECTO DE LA BOMBA

Dormida quietamente en una caja,
a oscuras y en silencio, ella descansa;
sólo un trozo de hierro en su mortaja,
con aspecto inocente, fría y mansa.
Su germen fue la mente de un insano
y su vientre el fragor de la caldera;
su destino el dolor de algún hermano,
pero ella no lo sabe y sólo espera.
Qué pensaría el metal viendo su brillo
como inocente cómplice en su suerte:
no le tocó ser vida en un martillo,
le tocó ser la bomba que es la muerte.
No pudo hacer la paz del campo amado,
le tocó hacer la guerra y escribirla;
no pudo hundirse en tierra como arado,
sino hundirse en la carne como esquirla.
Y allí yace, dormida, esperando
que la tome una mano enceguecida
y la lance a la atmósfera volando
sentenciando al que advierta su caída.
Se precisa un segundo solamente,
se abre una puerta y ruge por el cielo,
y se escucha el violín más deprimente
y su redoble es muerte sobre el suelo.
Su oficio es destruir, ya va en camino;
¡qué sabe ella de amigo o enemigo!...
muere tanto lo feo y lo divino:
el cardo estéril como el fértil trigo.
Y se transforma en trueno irremediable
la pacífica calma del labriego;
la frescura sin par del campo amable
vira a cálida muerte hecha de fuego.
Y la desolación en un segundo:
ya no es más primavera, ahora es otoño;
no importa lo que viva en este mundo:
morirá el viejo tronco y el retoño.
Arrasará la vida con su brillo,
a su gemir cualquier latido aborta,
sea negro, blanco, mestizo o amarillo,
total eso a la bomba no le importa.
Y pensar que dormía, fría e inerte;
no tenía en su meta ningún nombre;
no se sabía capaz de triste suerte
pero hay una verdad, aunque esto asombre:
sin la mano que pulsa no habría muerte;
la verdadera bomba es el hombre.

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